Que sea tu presencia la que me acaricie por las mañanas como
una melodía.
Que sea tu aroma el que sustituya el café amargo de las
mañanas.
Que sea tu piel la que me proteja del frío.
Que sea tu aliento el que respira paulatinamente en mi oído,
como el vaivén de las hojas en movimiento en un día ventoso.
Que sean tus ojos verdes y profundos, tan profundos como
contemplar un amanecer sentada en la arena.
Y tus manos… Aquellas que no necesitan nada más que tocarme
para enamorarme. Aquellas manos con las que aterrizo y despego, después de
hacerme desaparecer de allí donde me encuentro. Aquellas que me hacen acariciar
los sueños.
No es el sol que se encuentra arriba, no es el mismo sol que
a la vez de alumbrar y dar vida a lo maravilloso que nos proporciona, duele y
quema a la mitad del día de una tórrida tarde de verano y cuando se va, deja
únicamente la desolada oscuridad.
Mi sol, es el que duerme conmigo, vive conmigo, y nunca
quema, nunca duele, nunca me deja a oscuras, siempre brilla, me ilumina y me da
vida.
No puedo pedir más, que estar en el cielo cada mañana,
abandonar la compañía de Morfeo, y no
tener que volver para soñar, porque con mirarte y sentirte ya no me hace falta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario